domingo, 22 de septiembre de 2013

Capítulo 32.

El roce de sus manos sobre mi torso me estremecía y me excitaba al mismo tiempo, sus manos bajaban ágiles hasta lugares en los que nunca había sentido tanto placer y sus labios recorrían mi pecho desnudo sin misericordia; mis uñas se enterraban en su espalda ante las caricias que se volvían cada vez más atrevidas y le dejaba marcas que serían difíciles de borrar, mientras que con mis labios recorría su cuello y mordía su oreja, haciéndolo gemir a la par que yo cuando mis manos inquietas recorrían a cabalidad su espalda.

Sentí su sonrisa mientras ocultaba su rostro en mi pelo y me tomaba de la cintura inquieto, yo también sonreí complacida al sentirlo completamente mío. Mío, de nadie más. Abrí mis piernas extasiada y las entrelacé en su torso, mientras él recorría mis curvas con la punta de sus dedos, haciéndome estremecer más de lo que ya me había estremecido antes, ahora prácticamente temblaba. No era el frío, ambos teníamos bastante calor, era su roce, sus labios sobre mi piel pálida, su increíble fuerza controlada por mí y su aroma… me embriagaba en él.

De pronto se acercó totalmente cortando con cada espacio que existía entre los dos, y a los pocos segundos nuestros cuerpos se movían a la vez, porque éramos uno y nada podía cambiar eso ahora. El placer que recorría mi cuerpo sistemáticamente era inmenso y no pude evitar gritar cuando llegó a su punto máximo, cuando ambos llegamos, porque tuve que hacerlo, porque solo él me ponía así y era imposible darle lo mejor de mí cuando él me daba tanto y más.

Mis dedos se enterraron entre su pelo húmedo y bajaron sin compasión hasta bien entrada su espalda, dejando una marca de uñas bastante evidente y de la cual yo tampoco me había librado. Ya era todo. Todo y nada, porque todo había quedado reducido a eso. Nada. Nada de la cual teníamos que empezar de nuevo, de la cual surgiría algo más, algo renovado y fuerte, indestructible.

Pensé por unos instantes de razón. Qué estúpida podía ponerme cuando la pasaba tan bien.

Estaba recostada sobre su pecho, respirando acompasadamente mientras deslizaba mis dedos por su piel haciendo formas infinitas y cambiantes que expresaban el éter de su mente. John me acariciaba el cabello y cantaba en mi oído una melodía que no había escuchado nunca y que me parecía perfecta.

John: “So I hope there'll come a day when you'll say, mmmh, you're my little girl…”

Yo: I’m you’re little girl, Johnny. – suspiré entre sus brazos – I’ve always been yours…

Él me besó la frente y me apretó más contra sí, mientras mirábamos los tonos rojizos y cálidos tomarse la pradera, ignorantes de todo lo ocurrido allí la noche anterior.

Yo: Nunca había escuchado esa canción antes. – murmuré besándole el pecho.

John: Es porque antes no existía, acabo de inventarla para ti. – suspiró. – Bueno, de hecho ya llevaba algo antes, pero acabo de terminarla. ¿Te gusta?

Yo: Me encanta. – dije estremeciéndome contra él. La había hecho para mí. La había creado sólo para mí y eso me hacía sentir tantas cosas… - Se parece a las que te cantaba tu madre.

Él asintió.

John: Las dos mujeres a las que he amado más que a mí mismo.

Yo: Te pones tan sentimental a veces Johnny…

John: No te acostumbres.

Nos reímos y casi dolorosamente nos separamos, pero el frío de las madrugadas empezaba a hacer efecto y que estuviéramos ahí desnudos a la intemperie no ayudaba nada, así que nos vestimos con rapidez – de hecho estuvimos a punto de volver a caer, pues vestirnos mutuamente era algo supremamente erótico. – y salimos de aquel lugar que si antes era mágico, ahora era inmortal, pues ahora era dueño de nuestras memorias y de nuestra alma.

Pasó su brazo por mi cintura y yo lo abracé, dándonos calor mutuamente para enfrentar ese frío mortal; caminamos rítmicamente por las calles de Liverpool, hacia la casa que tanto había vivido y que había sido testigo de tanto.

Recordé nuestro primer beso, aquel día entre plumas e inocencia rota, sus palabras y las mías haciéndole eco. “Esto no puede pasar”.

Pues ya había pasado, maldición.- pensé estremeciéndome. Ya era algo que no se podía cambiar y de lo que dependería nuestro futuro a partir de ahora.

***************************************************

EL tiempo pasaba y Hamburgo era una realidad casi palpable, lo que provocaba una oleada de emociones entre todos los que hacían parte de ella.

Por mi parte y ante la insistencia de John, había conseguido un programa de intercambio que también me llevaría allí y que de hecho, me haría partir unas semanas antes que ellos, por lo que me empeñé en aprender algo de alemán y en presumírselos apenas pasaban por mi lado, quienes no es molestaban en esconder su evidente fastidio cuando hacía eso.

Y de la nada, llegó el día en el que me iría definitivamente a la antigua Alemania, donde unos años antes había vivido Adolf Hitler y provocado una catástrofe mundial. Lo siento, era inevitable asociarlos.

Subí con mis maletas a la sala, en donde me esperaba John con la mirada perdida entre la ventana y sus pensamientos. Apenas llegué, se apresuró a tomarme de la cintura y acorralarme contra la pared del pasillo, besándome con fiereza y recorriendo mi cuerpo con sus manos, provocándome varios suspiros mientras le devolvía el beso con igual pasión, llegando incluso a desabrocharle varios botones.

Los pasos ágiles de Mimi por la escalera nos hicieron separarnos, pero no nos dolió demasiado, la noche anterior John se había escapado hasta mi nuevo cuarto y se había despedido apropiadamente. Aún así, mordió mi labio inferior con fuerza antes de separarse definitivamente de mí.

Mimi: Oh Martha, no sabes la falta que vas a hacerme… - empezó sin ni siquiera haber acabado de bajar las escaleras y encontrarse conmigo sonrojada y con John despeinado y acalorado. – Pero mírate, ¿qué le pasó a tu labio?

Yo: Uhm, los nervios… tú sabes que me gusta morderme los labios, esta vez creo que se me fue un poco la mano. – inventé. John dejó escapar una risita.

Mimi: Ay querida, ten más cuidado. – sonó una bocina de auto afuera de la casa. – Vamos, vete ya antes de que te lo impida definitivamente. Promete que me escribirás.

Yo: Cada semana – respondí con una sonrisa y abrazándola con fuerza. John en seguida pasó a despedirse de mí “oficialmente” y me abrazó con más fuerza que Mimi, dejándome sin aire.

John: Te amo. – susurró de forma que solo yo pudiera escucharlo y luego de rozar sus labios en mi oído, me soltó. Mimi lo miró reprobatoriamente.

Mimi: Por Dios Winston, abróchate esos botones que pareces un vagabundo, y no aprietes tan fuerte a tu hermana, mira que la has acalorado. ¡Sé considerado!

John: Claro, claro Mimi. – respondió él sin apartar su mirada de la mía. – Cuídate monstruo, nos veremos en unas semanas.

Yo: Espero que no. – reí siguiéndole el juego. Mimi también rió y él me miró sospechosamente, pero lo calmé con una leve sonrisa.

Mimi: Ya vete. Cuídate mucho.

Yo: Eso haré. – respondí y saliendo luego de mucho tiempo, empaqué las maletas en el auto. Las chicas que me acompañaban en el intercambio, me instaron a subir con rapidez y arrancamos de inmediato.

X: Tenemos que hacer una parada antes, espero no te moleste. – soltó una de ellas con una sonrisa misteriosa que no alcancé a entender, pero asentí sin ponerle mucho drama.

Nos detuvimos en frente de la casa de los McCartney y se me heló la sangre. Ahí al frente, estaba Paul esperándome. Se acercó al auto y le guiñó el ojo a una de ellas.

Paul: Gracias Lizzy.

Lizzy: Siempre que quieras, Paulie. – respondió la rubia extasiada.

Paul me miró de frente.

Paul: Por favor, bájate un momento Martha.

Yo: ¿De qué se trata todo esto?

Paul: Serán unos minutos. Te lo ruego.

Me bajé de mala gana y ni bien me hube estabilizado en tierra firme, me tomó del brazo y me apartó del vehículo, lejos de la mirada de las chicas curiosas, detrás de unos arbustos.

Yo: Paul, no sé si sea buena idea esto…

Paul: Escúchame Martha…

Yo: No Paul, no necesito reproches ahora. Debo irme. – dije tratando de escabullirme, pero él me tomó con fuerza de los hombros y me miró fijamente unos segundos. Sus ojos expresaban tristeza y una angustia indescriptible que no supe asociar a nada, y luego me abrazó. Lo abracé de vuelta.

Yo: Adiós Paul.

Paul: Te amo. – murmuró de forma casi imperceptible en un quejido. Parecía como si le doliera confesarlo. Me separé de él confundida y lo miré a los ojos.

Él se inclinó y me besó. Fue un beso dulce, lleno de angustia, pero aún así cálido. Tardé unos segundos en apartarlo de mí, estaba demasiado sorprendida.

Yo: John… - musité. Él negó con la cabeza.

Paul: Jamás se enterará.

Y luego soltándome, me dejó en medio del remolino de mis pensamientos mientras lo veía alejarse con pasos apresurados de quien huye de la muerte.

Los pitidos insistentes del auto me devolvieron a la realidad y fui de inmediato hacia allá, encontrándome con las miradas inquisitivas de las otras chicas. Pero ignoré todas sus preguntas y me concentré en el paisaje que corría por la ventana.


No pensaba. Mi mente era una laguna en la cual había olvidado cómo nadar.

Bien, bien, aquí está lo que faltaba. Espero les guste.
Que raro subir tan temprano e.e Cuídense. 
Bye ;)

Capítulo 31

John me miró con profundidad. Noté sus ganas implacables de apretarme los dedos y abrazarme, de besarme el cuello y preguntarme al oído. Pero ahí estaba Vale. Menos mal.

John: ¿Ah sí? Dime quién es aquel guitarrista misterioso.

Yo: Es George Harrison, mi amigo.

Él soltó una risita divertida y miró hacia el horizonte una vez más.

John: Es un niño.

Aunque debí molestarme, en realidad solté una carcajada irónica. A pesar de ser tres años menor que John, George era bastante más hábil que él en la guitarra, y él además de perdérselo, lo estaba subestimando. John frunció un poco el ceño.

Yo: ¿Y eso qué? Si es mucho problema la edad, ve y consíguete a otro. Veo que es excesivamente fácil.

No contestó, pero apretó los dientes.

Yo: ¿Qué tal si vamos y le haces una audición? ¿O prefieres seguir escuchando tocar a tu grupo como basura?

John: Ey, te pasas. Ten cuidado. – gruñó amenazador, pero lo ignoré y me levanté con agilidad, extendiendo una mano hacia él.

Yo: Vamos.

Él miró mi mano perezosamente al principio, y luego deteniéndose examinando los detalles. Finalmente la tomó y se levantó.

Pasamos por la casa de Stu a dejar a la chiquilla – interrumpimos una escena romántica de la que John se burlaría por días – y nos encaminamos a la casa de George.

Nos encontramos con él antes de lo que esperábamos, y no estaba solo.

John: Vaya, vaya, no sabía que tomabas el bus McCartney. Así que no eres un chico tan mimado después de todo.

Paul nos miró, primero a John con una expresión burlona y luego a mí con una cara que no pude descifrar, pero que rayaba un poco en el odio.

Paul: Y yo pensé que tenías demasiado encaprichada a Martha como para dejarla salir… - soltó sarcásticamente. Me sujeté con fuerza del asiento más próximo, eso era pasarse.

John frunció el ceño.

John: Bueno, bueno, sin reproches cara de bebé. El punto es que me parece ideal habernos encontrado contigo y con George… esta chica encaprichada acababa de sugerirlo para integrarlo a la banda.

Fruncí el ceño, pero no fui la única. Paul también hizo lo mismo.

Paul: Yo también lo había dicho antes. ¿Por qué es diferente?

John: No te pongas celoso McCartney, la petición de una dama tiene más peso. – dijo con un tono fingido de caballero. Puse los ojos en blanco y Paul suspiró rindiéndose.

Paul: Bueno, supongo que es mejor que nada. Vamos George, saca tu guitarra.

Él nos miró un poco nervioso, pero le sonreí para darle ánimo y él me sonrió de vuelta, sacando la guitarra que reposaba a su lado poco después. John se percató de ese intercambio de sonrisas y endureció la mirada.

John: Bien, ¿qué tienes preparado? – soltó mordazmente. George notó ese cambio, pero lo ignoró para evitar ponerse aún más nervioso. En lugar de eso, empezó a tocar las primeras notas de una tonada que al instante reconocimos como “Raunchy”. La expresión dura de John se relajó casi de inmediato por el asombro.

Cuando terminó, nos miró expectante. John y Paul intercambiaron miradas y supe entonces que mi misión estaba cumplida. George en la banda era todo un hecho.

John: George, ¿te gustaría entrar en mi banda? – preguntó con un tono divertido. Él sonrió ampliamente.

George: No tienes ni que preguntarlo.

John: Bien entonces, mañana a las 5 en la casa de este idiota. – dijo señalando a Paul con el pulgar, quien le dio un codazo en las costillas que nos hizo reír a todos. Al oír mi risa, Paul se me quedó viendo unos instantes.

George: No faltaré.

**********************************************

Las últimas semanas se habían pasado tan rápido que me costaba un poco recordarlo todo al detalle, sin embargo podía hacerlo perfectamente; así de importante eran las cosas.

Había empezado mis clases en la escuela de artes y casualmente compartía clases con Stu, así que ahora pasábamos más tiempo juntos, creando y jugando con diferentes ideas que pasábamos de un cuadro a otro sin importarnos demasiado los derechos de autor. Bastantes de sus pinturas tenían brochazos míos, al igual que las que yo hacía tenían los suyos.

Pero no todo podía ser bueno, luego de casi morir en un accidente de tren en Londres, Fernanda había vuelto a Liverpool y empezado clases – ¡por fin! -, ocupando todo su tiempo libre en fastidiarme y coquetear con John, quien no mostraba ninguna señal de rechazo, cediendo ante sus caricias con facilidad.

Aunque pude darme cuenta luego de un tiempo que lo hacía para darme celos, pues nunca estaban juntos si yo no estaba presente, lo cual molestaba un poco a Fernanda, quien también se había dado cuenta de eso. Sin embargo yo no iba a caer tan fácilmente en sus engaños otra vez, así que para darles algo de privacidad, me había mudado al sótano de la casa – luego de limpiar casi compulsivamente y encontrar DE TODO ahí. – y ahora tenían todo el segundo piso para ellos. O bueno, casi todo.

Pero a pesar de todo me dolía. Después de esa fiebre memorable en la que me había desmayado a mitad de la calle y John me había recogido para luego dejarme en mi cama con mis pensamientos algo subidos de tono, las cosas no eran iguales. A pesar de haber sido solo una fantasía, extrañaba las caricias de John, sus besos febriles sobre mi imaginaria piel desnuda y me había convencido de que solo pasaría en mi mente, jamás en la vida real.

Pero bueno, cambiando de tema, por alguna extraña razón Stu se había dejado convencer por Paul y John de vender su mejor pintura y con el dinero comprar un bajo Hofner, para unirse a ellos a su banda. Cuando me enteré, lo había puteado hasta que ambos nos sentimos terribles y él prometió abandonar la banda y volver a la pintura, cosa que no hizo del todo, pues la banda atraía chicas, y obviamente, a él le encantaba eso. Pero sí se concentró más en la pintura, que se había vuelto su amante número uno.

La banda tocaba cada vez más seguido, mejorando cada vez más, aunque para mí seguían sonando un poco como basura. La verdad es que no le llegaban a los tobillos a otras bandas locales, y eso les daba bastante desventaja.

Sin embargo ahí estaba yo, sentada como tonta entre las chicas que los veían embelesadas mientras bebía un trago no demasiado fuerte, pero suficiente para hacerme olvidar las razones por las que estaba ahí, aburriéndome como nunca.

John me lanzaba miradas inquisitivas entre sus estupideces en el escenario – que les encantaban a las chicas, obvio – y sus improvisaciones bien hechas. Stu me daba la espalda, pero eso ya era usual y de hecho llamaba más la atención sobre él que sobre el resto de la banda.

X: Hola Martha.

Me volteé sorprendida, no esperaba encontrarme con nadie en especial, pero ahí estaba esa chica con cabello rubio artificial que a pesar de todo me agradaba bastante. Sonreí.

Yo: Hola Cyn, qué sorpresa. Pensé que no te gustaban este tipo de lugares.

Ella se encogió de hombros.

Cyn: Vengo cuando necesito relajarme un poco.

Sonreí irónica, era curioso que viniera a “relajarse” a un lugar donde la estridencia era su principal cualidad. No, ella venía aquí por John, porque él le coqueteaba y a ella le gustaba eso, se había tinturado el cabello solo para llamar su atención.

La había conocido pocos días después de iniciar clases, era agradable y educada, y según John “muy Brigitte Bardot si se tinturara el pelo”, cosa que hizo poco después, sin embargo no era un riesgo. La diferencia entre su personalidad y la de John eran infinitas y el simple hecho de imaginármelos juntos me causaba risa. Pero igual a él le gustaba. Y… no, no tenía porqué importarme eso.

Platicamos un buen rato hasta que los chicos se hartaron de tocar y ella nerviosa ante las miradas de John se había ido. Por mi parte, estaba algo cansada de todo ese ambiente, así que salí un rato a tomar algo de aire, y me acordé de John. Pero no de "mi" John, sino del otro John, el fantasma, la visión extraña.

Encendí un cigarrillo y me lo llevé a los labios con tranquilidad. Ahora fumaba gracias a John, qué irresponsable.

Ya no me visitaba. No lo hacía y eso me frustraba, porque así fuera viejo, él me seguía gustando inmensamente y su sonrisa irónica me ponía por las nubes. Pero desde que George había ingresado en la banda solo había aparecido un par de veces para que intentara sacar a Stu de ahí, cosa que por mis propios medios ya había intentado sin mucho éxito.

Mis padres ya no volvieron más en mis sueños. En su lugar, ahora había una chiquilla de ojos claros que me parecía muy familiar… demonios.

Una hoja rebelde de papel se había separado del suelo y se me había estampado en el rostro. Estaba a punto de tirarlo, cuando hallé un nombre familiar en el folleto. Alan Williams… ¿no era el gerente o algo así de la banda de mi hermano?

Entreabrí los labios con sorpresa al leer el resto del anuncio y apagué el cigarrillo contra la acera antes de entrar al local para hablar con los chicos. Paul y John me divisaron de inmediato y Paul no pudo ocultar un gesto de estupefacción al verme. En mi mente me pregunté por qué haría eso, pero no tenía tiempo para nimiedades, y busqué con la mirada la de John, encontrándola casi en el acto. Me miraba de arriba abajo, mi vestido nuevo resaltaba mis curvas más de lo normal.

Paul: Martha… pensamos que no habías venido. – apenas dijo Paul.

John: Yo ya sabía que estabas aquí. – respondió guiñándome un ojo.

Yo: Sí, sí, salí un momento a tomar aire. – dije abanicándome teatralmente con el folleto que tenía entre mis dedos fríos. John intentó arrebatármelo sin mucho éxito.

John: ¿Qué traes entre manos? Literalmente. – preguntó dándoselas de ingenioso.

Yo: Oh, no es nada, solo basura que encontré en la calle. – solté restándole importancia, pero esbozando una sonrisa misteriosa.

John: Deja de jugar niña, y pásame ese papel.

Le pasé la hoja y vi cómo a medida que leía, su rostro se iba iluminando. Terminó de leer y me miró con una mezcla de emociones palpables en su rostro.

John: Eso es, hermanita.

Y así casi de la nada, me tomó de la cintura con fuerza y me besó en frente de todos.

La sorpresa y el terror se habían apoderado de mí, quitándole todo lo romántico que pudo haber sido al gesto que él acababa de hacer e impidiéndome devolverle el beso, que duró poco más de unos segundos.

Cuando finalmente me soltó, lo miré aterrada, y luego al resto de la banda. Paul tenía una expresión de sorpresa tan exagerada, que su maxilar inferior pudo haber tocado el suelo sin problemas. George nos miraba reprobatorios, pero igualmente sorprendido. Shotton, que aunque ya no era parte de la banda ahí estaba, parecía a punto de golpearse para probar que no era una alucinación suya, al igual que Stu. Jadeé al ver las proporciones de lo que había desencadenado.

Pete: ¡John! ¡Es tu hermana! – gruñó celoso. Él se encogió de hombros.

John: No de sangre.

Stu: Sigue siendo extraño… - musitó Stu sin recuperarse del todo. Paul había fruncido el ceño casi por completo y nos miraba con ganas de asesinarnos. Interpreté eso como miedo a que John ya no tuviera más tiempo para ellos.

John: Me da igual, es mi chica y punto. – sentenció con firmeza, una firmeza que me desestabilizó por completo. Nunca había dicho eso antes. – Pero bueno, no hay que salir del tema. Nuestro querido Alan nos ha conseguido trabajo en Hamburgo, señores.

Y dicho eso, les mostró el papel al resto del reducido grupo. El folleto anunciaba una convocatoria, Alan Williams quería enviar a un grupo a Hamburgo, y como era conocido de John y en general de lo que ahora llamaban “The Beatles” – idea de Stu -, era más que seguro que ellos serían los seleccionados.

La estupefacción inicial por el beso se vio pronto reemplazada por la euforia que la noticia les provocaba, dándoles una razón coherente para quedarse a celebrar – cosa que hubieran hecho de todas formas – y a disfrutar de la noticia.

Despidiéndome entre felicitaciones – y un disimulado beso en los labios que Pete no pudo resistir darme -, me fui del lugar, esperando poder despejar mi mente y preguntarme con calma si eso habría sido el destino o solo otra casualidad. Aunque no serviría de mucho, podría haber sido obra de un plato de espagueti flotante y ni me habría dado por enterada.

X: ¡MARTHA, ESPERA!

La voz que más deseaba escuchar con todas mis fuerzas acababa de llamarme, así que al inicio pensé que era solo un espejismo y seguí caminando sin inmutarme hasta que unas frías manos que a pesar de todo ya conocía bien, me tomaron por los hombros.

X: Martha, necesitamos hablar.

Me encogí de hombros ocultado el estremecimiento que me provocaba la voz de John en mi oído y seguí caminando con él a mi lado sin responderle nada inmediatamente. Luego de unos segundos lo miré.

Yo: ¿De qué quieres hablar?

Esta vez fue él quien no respondió, pero empezó a guiar mis pasos hacia un lugar que reconocí poco después al darnos casi de frente contra un gigantesco portón rojo.

John: Las damas primero.

Lo miré sarcástica y con algo de ayuda, lo salté. Él me siguió poco después y caminamos sin rumbo por las amplias praderas de Strawberry Field entre el frío casi nevoso de la noche.

John: Tenemos que hablar sobre nosotros.

Lo presentía, ya sabía qué responder en ese caso.

Yo: No hay un nosotros John, eso lo has dejado bastante claro otras veces. – susurré. Él me miró frunciendo el ceño.

John: ¿Lo dices por Fernanda?

Yo: Claro que no, puedes hacer con ella lo que se te antoje. Desde que follaron en mi cama en mi cumpleaños sé que es algo que no puedo evitar. Y que de todas formas no me importa.

Él se detuvo y me miró estupefacto.

John: ¿Qué?

Lo miré impaciente, esto no era algo de lo que esperaba hablar cuando me desperté esta mañana. Seguía doliendo.

Yo: ¿No te acuerdas? Fue uno de los momentos más… incómodos de mi vida. – solté cualquier palabra, pero él sabía que me dolía. Él seguía con esa mirada incrédula en el rostro.

John: Yo… no recuerdo nada. Demonios, ahora todo tiene sentido. – gruñó furioso consigo mismo, pero yo seguí caminando, ignorando sus auto reproches. Él me siguió poco después.

John: ¿Y? ¿Ahí termina todo? – casi me gritó. Pateé una piedrita.

Yo: ¿Recuerdas cuando te pregunté el tipo de relación que teníamos? – musité quedamente.

John: Sí. – respondió apretando los dientes.

Yo: No me respondiste nada. No supe cómo interpretar eso al inicio, pero ahora lo sé. No somos nada John, solo familia, y que yo sepa, la familia no tiene sexo entre ellos. Así que… sí, aquí termina todo. Y eres libre de estar con Fernanda lo que quieras, aunque ya lo estás.

Aceleré el paso, para que no se fijara en mis ojos que amenazaban con lagrimear pronto. No oí pasos detrás de mí, lo que me partió un poco más el corazón. Me dejaba. Lo estaba dejando y él igual me dejaba. Qué estúpida.

Estaba empezando a correr cuando un brazo fuerte me detuvo en mi carrera. Miré al dueño de ese brazo con los ojos empañados. Él me miraba con una mirada igualmente a punto de llorar. No lo había visto llorar desde Julia. No era normal nada de esto.

John: No quiero que esto acabe aquí. No estoy con Fernanda, la dejaré si quieres, dejaré de mirarla si eso te hace feliz. Pero no me dejes por favor, no lo hagas. Te necesito. Te amo.

No pude. Quise hacerlo con todas mis fuerzas, pero no pude salir a correr. Esas últimas palabras las había dicho con tanta firmeza, con tanta posesión que no podían ser más sino verdaderas. Recordé su beso horas antes, cómo afirmaba que yo era su chica frente a todo el mundo. No podía dejarlo, no ahora, no nunca.

Yo: Yo también te amo, John. – me rendí cayendo entre sus brazos y besándolo desesperadamente.

No lo besaba hacía semanas, parte de mí lo había deseado todas las noches que recordaba el roce de su piel contra la mía pero no lo había tenido tan cerca desde hacía tanto…

Ahora no había nada que pudiera detener lo que estaba a punto de pasar, a la mierda dónde estábamos, ni la hora, ni el clima, nada podía pararlo. Ni siquiera yo.

Sus manos me acariciaron por sobre el vestido y rozaron mis senos, arañé su cuello para que besara el mío y ambos caímos al suelo. Ni siquiera nos percatamos de eso.

John: ¿Segura? – musitó antes de bajarme el cierre del vestido totalmente.

Yo: No lo arruines con cursilerías John, no es lo tuyo. – gruñí entre gemidos mientras le bajaba el pantalón.

 Él sonrió complacido con mi respuesta y me arrancó el vestido de golpe.


La luna iluminó el lugar, la amante y musa de los poetas aprobó nuestro idilio. 

Mis queridas, hemos vuelto y puedo asegurarles que este final no termina aquí. El próximo tendrá lo que le faltó a este :ifyouknowwhatImean: y... muchas más sorpresas.

Y esque después de desaparecer una eternidad, Mónica volvió super recargada y tengo un montón de hojas por transcribir. Así que... considérense afortunadas (?

¡Bienvenida Jackie!

Y no sé, ya tengo el otro listo, si comentan y se portan bien, tal vez lo suba antes del lunes...

Y para las que aún no lo sepan, he empezado a escribir mi propio fan fic algo más extraño y retorcido que este -no, el incesto no lo supera nadie e.e- pero pasen un rato si les place:

Happiness is a Warm Gun


Cuídense :D